lunes, 4 de mayo de 2020

Escultores de corazones: al otro lado de la línea

Una de las llamadas que hizo era a una chica que estaba con su madre y tenían al padre ingresado. Cada día que les telefoneaba, él se encontraba peor. Ellas estaban en casa con COVID-19. Otra señora perdió a su marido, que estaba ingresado; ella, en casa, contagiada. Luego, una familia de seis en los que solo uno no estaba infectado… “Son tantas historias que es increíble, a veces se hace muy duro darles consuelo porque son situaciones muy tristes".

Ana Bassa es enfermera en un centro de salud de Palma de Mallorca y ha visto cómo su normalidad se ha visto truncada por la llegada de un virus desconocido a nivel mundial. 

Su rutina era hacer alrededor de 70 analíticas de sangre al día, luego atendía a los pacientes citados en su consulta antes de que les viese el médico, les miraba la tensión, el azúcar, el peso... A media mañana se iba con sus compañeros a merendar. Después acudía a domicilios para hacer lo mismo que en la consulta a personas que no se pueden desplazar. Al volver al ambulatorio, triaje. Su día acababa con una reunión de equipo.

—Ahora todo ha cambiado. De repente, vino el COVID-19.

Hay filas de sillas y encima tienen letreros en los que pone “prohibido sentarse", y cada cuatro hay una sin papel para que se pueda sentar la poca gente que dejan entrar. Analíticas se hacen las que son muy urgentes: ahora, cinco o seis y porque no hay más remedio.

Hacen domicilios de personas que han salido del hospital por coronavirus o pacientes con problemas respiratorios o algún otro tipo. La gente que no tiene problemas respiratorios, acuden otras enfermeras y no van vestidas con el mono, "se actúa diferente".

Cambios en la vestimenta


Ana solía ir vestida de calle y encima llevaba una bata blanca. Zapatos normales y guantes  para la extracción de sangre. Ya no se pone la bata, sino que ha pasado a ir vestida con pijama, todo blanco, los zuecos blancos, y las enfermeras que están en respiratorio, como es su caso, encima del pijama llevan una bata azul, la mascarilla obligatoria en todo el personal y, en según qué casos, los guantes casi todo el día.

Pero no siempre han tenido la bata azul para ponerse sobre el pijama. 

—Nos hemos tenido que apañar y ponernos una bolsa de basura que nos hicieron en otro centro como delantal, un gorrito que parece de ducha y así hemos estado sacando sangre, con un calor horrible.

Los Equipos de Protección Individual (EPI) han tardado en llegar al ambulatorio. "No creo que llegue al mes desde que los tenemos", lamenta. Se han visto expuestos ante el virus, arriesgándose a contagiarse, y no solo a ellos, también a sus familias cuando volvían a casa después de haber estado todo el día trabajando.

Los EPI no eran lo único que escaseaba: se han visto con desabastecimiento de mascarillas.

—Durante todo el principio de la pandemia del coronavirus, me he estado trayendo a casa la mascarilla y me la lavaba con agua y lejía. En marzo venían los pacientes a pedir, y yo me la llevaba a casa porque no había, no teníamos mascarillas.

Aunque ahora sí que están bien equipados, pero la presión "ha bajado mucho". Tanto, que desde este lunes 4 de mayo van a reforzar la planta de enfermería con actividades normales (anteriores al confinamiento, como hacer curas, analíticas o tomar la tensión) y se necesita menos personal en el escalón de respiratorio.

Reestructuración del centro


Todos los centros sanitarios han tenido que organizarse y coordinarse para hacerle frente a la pandemia y evitar propagar el virus. Este ambulatorio es grande, de dos pisos más la planta baja, y tiene tres puertas, a las que se les ha adjudicado un acceso distinto: 

Por la primera solo pueden entrar las embarazadas, ya que son grupos de riesgo, y van directamente a la comadrona; por la segunda, que da a la otra calle, se llega a pediatría, donde acuden los enfermos que necesiten atención (se han aplazado todas las vacunas programadas) y dos recién nacidos a las ocho de la mañana, puesto que "es el momento que está más limpio al no haber entrado aún nadie"; la última está vigilada por un guarda de seguridad, es la principal y la de admisión. Si el paciente tiene una cita, sube al primer piso directamente.

El centro de salud se convirtió en un centro con dos circuitos: la parte respiratoria y la no respiratoria. La primera es toda persona que dice que tiene algún problema de tos, mocos o lo que sea, y van directamente hacia la parte respiratoria. Los demás hacen el circuito normal, que suben hacia la primera planta que vienen a hacerse sus curas o lo de siempre. 

Ya nadie tiene su consulta propia, es generalizado. En el segundo piso están los médicos, que también hacen consultas por teléfono porque la gente sigue teniendo enfermedades como siempre. Una enfermera también pasa consultas telefónicas cuando la otra no está. En el hall están los pacientes que tienen algún problema respiratorio.

También siguen yendo a domicilios de enfermos crónicos (los habituales) y se actúa casi igual que antes, con guantes, mascarilla y la bata. Sin embargo, también atienden a contagiados por COVID-19 que han salido del hospital. En este caso, deben llevar el mono puesto y tomar todas las precauciones.

Aunque se insiste a la población de que llamen por teléfono, algún posible caso positivo acude al centro. No se les permite la entrada al segundo piso, donde están los médicos, sino que se les atiende en la zona de respiratorio, con los monos puestos, y, si procede, llaman a la ambulancia para derivarlos a Son Espases, hospital de referencia de Baleares.

—Hacemos turnos de 12 horas que son en días alternos, en respiratorio somos dos enfermeras y cuatro médicos que sobre todo estamos al teléfono.

Seguimiento telefónico a los pacientes


Los pacientes llaman al centro y luego, al poder, se la devuelven y les preguntan qué les pasa. Les cuentan los síntomas que tienen, desde cuándo se encuentran mal. Luego se les pide el número de personas que conviven en el domicilio y se les da unas pautas de higiene a seguir: añadir un tapón de lejía a un pulverizador lleno de agua y, con un papel de cocina (para luego tirar), deben limpiar todas las superficies que tocan, incluidos bolígrafos, ordenador o teléfono móvil.

La alimentación también es importante. Es recomendable beber mucha agua y líquidos calientes, como infusiones, y también caldos. Además de tomar paracetamol si hay fiebre o un dolor de cabeza intenso.
Lo ideal es que el infectado se aísle en una habitación, pero Ana ha comprobado que esto muchas veces no es posible. En ese caso, se recomienda que guarde la distancia de seguridad de dos metros con el resto de personas que convive.

Si ella detecta que el enfermo tiene más de tres síntomas y que, por tanto, es muy probable que sea un caso positivo de coronavirus, desvía la llamada al médico para que le siga dando instrucciones o, si lo necesita, se le ingrese.

El seguimiento telefónico de los casos positivos sigue un patrón según va mejorando la enfermedad: primero se le llama cado 24 o 48 horas, después, una vez a la semana, aproximadamente. Suele tener una duración de un mes.

—La gente suele ser muy agradecida, se alegra mucho cuando les llamas y, a veces, te cuenta cosas muy tristes.

Aunque ahora notan un claro descenso en el volumen de llamadas. Las dos enfermeras encargadas del circuito respiratorio llegaron a acumular entre 25 y 30 consultas diarias cada una, es decir, alrededor de 60 llamadas cada día. "La presión ha bajado mucho", asegura.

Los test


—Hay una discordancia de lo que se dice en la televisión con la realidad: no estamos realizando test a todos.

En el centro de salud en el que Ana trabaja les hicieron los test, tanto serológico como PCR, la semana pasada. Desde el lunes 27 de abril hasta el miércoles 29. No entiende cómo han tardado tanto en llegar, cuando están expuestos a la enfermedad. Y aún hay ambulatorios en los que no saben cuándo se les hará: "Se están haciendo test a los que están hospitalizados, a los de fuera no se les hace porque no hay".

De todo el personal sanitario de este centro, solo una doctora dio positivo en el test serológico de anticuerpos. Ella sí que pasó el coronavirus, pero se contagió en otro lugar. Se aisló en su casa en cuanto los síntomas empezaron a salir, pero hasta ese momento estuvo trabajando con su equipo y todos ellos dieron negativo.

—Lo que me extraña es que no nos haya dado anticuerpos a nadie, que podrían ser asintomáticos, pero nada. Hablando con los centros, todas las serologías son negativas, ojalá sea así, pero somos muchos y hemos tratado con muchos pacientes. ¿Ningún centro da positivo de anticuerpos al menos? Qué raro.

Se desconfía de la eficacia de los test y de que solo una persona haya dado positivo. Quizás es que el virus no se haya propagado entre los sanitarios. Lo que sí es cierto es que se tendría que haber reaccionado antes y deberían haber tenido EPI y mascarillas suficientes para no estar expuestos al contagio, ya que en España hay 42.111 casos positivos a 3 de mayo.

Detrás de cada llanto, detrás de cada llamada, ahí están ellos. Los enfermeros. Cuidando a la gente, atendiendo siempre de forma amable, aunque arrastren 12 horas a sus espaldas sin parar de hacer lo que mejor se les da: no dejarnos solos en ningún momento.



Escrito por Mar Bassa.

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