lunes, 23 de diciembre de 2019

El mejor premio de Navidad

Había perdido la ilusión por la Navidad. Echaba de menos a su esposo. Eran días tristes. Murió por cáncer de pulmón. Ella no tiene hermanos ni hijos que la vayan a visitar. Vuelven esos pensamientos a su cabeza sin poder evitarlo. Pero entonces mira a su derecha, silenciosa, colocándose las gafas con el dedo índice.

Setenta y ocho mil quinientos treinta y cuatro. Mil euros…

Para muchas personas la Navidad empieza con las voces de los niños de San Ildefonso cantando la pedrea. Es el caso de Teodora Camps. Ella tiene el volumen de la televisión a 42. Un nivel elevado debido a su dificultad para escuchar. Tiene 85 años y está en su habitación de la residencia en la que lleva diez años.

Cincuenta mil novecientos sesenta y uno. Mil euros…

Es la primera vez en años que vuelve a jugar a la lotería. Recuerda con una sonrisa el motivo. Llevaba repitiendo desde septiembre que no compraba ningún décimo desde que falleció su marido en 2007. Lleva 12 años viuda.

Noventa y un mil cuatrocientos noventa y siete. ¡Sesenta mil euros!

Han cantado premio. Escribe el número en su libreta, que ya tiene las páginas desgastadas y teñidas de color sepia. Es en la que apuntaba Carlos, su difunto. Ahora lo hace ella, aunque le cueste sujetar con firmeza la pluma negra. “Anoto yo los números”, decía antes de que empezara el sorteo. En cierto modo, sentía que su marido estaba allí, con ellos.

Teodora, por primera vez en más de una década, no está sola. Xavi Martorell, un joven de 25 años, la acompaña. Es auxiliar de enfermería y llegó desde Mallorca a Barcelona nada más acabar las prácticas. Sonríe al ver que la que considera su abuela se relame los labios al escribir. Decidió hacerle este regalo y que retomara la ilusión después de tantos años, deshacer sus fantasmas del pasado y acabar con su maldición, sentirse sola, divagar como un alma en pena por los pasillos del edificio y no tener ganas de hablar con nadie.

—No ha tocado nada —susurra Teodora.

Cuatro mil ochocientos sesenta y cinco. Mil euros…

Xavi ha propuesto reformar las habitaciones, pero la residencia no tiene tanto dinero. Desea mejorar la calidad de vida de los ancianos, sobre todo de Teodora. La conoció en abril. Le recordaba mucho a su abuela paterna. Hay humedades en el techo, las sillas chirrían, pero las condiciones no impiden que toda su atención se centre en la pequeña pantalla de cola. Para el joven mallorquín entrar allí es como un viaje en el tiempo. 

Veintiséis mil quinientos noventa. ¡Cuatro millones de euros!

El Gordo les pone nerviosos. Teodora anota la cifra mientras Xavi comprueba su décimo. Nada. No les ha tocado nada, ni siquiera diez euros.

Pero ella ya sabe que le ha tocado el mejor premio que habría podido esperar: la compañía de Xavi. No se sentía sola. Todos los días tenía a alguien que le preguntaba qué tal estaba, había dejado de llorar por las noches sin que alguien le consolara. Xavi era la persona con la que gastaba su pintalabios besuqueando sus mejillas de forma sonora. La flor marchita había resurgido como un ave fénix. 



Escrito por Mar Bassa.

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