El sitio no fue elegido al azar. Nada lo fue. “Es el hotel
de Rilke”, dijo ella. Tres meses pasó el poeta en la ciudad, pero el hotel ya
estaría unido a su figura para siempre.
La estatua
que mira al abismo en el que se asienta nuestra entrevista da fe de ello.
Carmen Rivas, profesora y apasionada del poeta, se sienta en una butaca de
madera, resguardada por las vitrinas de la cafetería del hotel Reina Victoria.
“Prefiero estar aquí, pasando un poco más de calor con la calefacción”, indica.
Y es que el frío que lanza el Tajo, que parte a Ronda en dos, no da lugar a
elegir la terraza.
Esa estatua. Un señor con bigote, Rainer María Rilke, con
las manos desgastadas por ser estrechadas numerosas veces, es algo familiar
para Carmen. Pasaba las tardes de domingo en este mismo jardín, sin saber que
años después escribiría el paso del poeta por su ciudad de acogida.
Carmen Rivas y la estatua de Rilke |
Sevillana de cuna, pero rondeña desde los tres años. Creció
rodeada de Rilke en pubs, autoescuelas, librerías… Empieza a ahondar en el
poeta a través de Cernuda, al volver a Sevilla a estudiar. “Al profundizar en
un autor que te gusta mucho, por el que tú sientes devoción como es Cernuda y
que este te diga que sentía esa devoción por Rilke, me hizo ir directamente a él.
Y desde entonces lo estoy leyendo”.
Dice que escribió el libro por ella, de forma egoísta. “Es
enriquecedor poder decir algo nuevo de una persona con la que sientes un
vínculo”.
Vínculo reforzado por su trabajo en el colegio Fernando de
los Ríos. La institución participó en el homenaje del centenario de Rilke en la
ciudad del Tajo. Y allí estaba Carmen. Empezando a escribir sobre el poeta. Los
apuntes fueron aumentando, hojas y hojas. Como las que llevaba entre las manos
al encontrarnos.
Rilke destaca por su odio a lo impreciso. Carmen también
refuerza su discurso con la precisión. Si no se acuerda de una fecha exacta, no
la dice. Mejor callar a equivocarse.
Viaje
al sur. Rilke en Ronda no iba a llamarse así. El libro
le costó esfuerzo y sudor a Carmen. Literalmente. La documentación la llevaba a
seguir los pasos de Rilke, por toda Ronda, por calles y callejuelas, por
dehesas y bosquecillos de alrededor. “En las cartas decía que pasaba por tal
sitio y lo describía. El puente, la antigua cárcel, la Iglesia Mayor… Todo eso
conformaba una ruta. Rilke pensaba en salir del hotel y llegar a tal sitio. Son
rutas literarias.”
-
Un redescubrimiento de Ronda a través
de Rilke
Quería que, libro en mano, se pudiera recorrer la ciudad
como lo hizo Rilke, como ella hizo con Cernuda. “Fui a estudiar a Sevilla y lo
primero que hice fue pedirle a mi hermano, que vivía allí, que me enseñara
todos los sitios donde había estado Cernuda y encontrarme con esas calles por
las que había paseado él me producía una inquietud agradable.” El poeta
sevillano hizo lo propio con el checo.
Ronda
de la mano de Rilke era el título provisional. Ve el
redescubrimiento de la ciudad incluso para los nacidos en ella, que dejan de
ver el lujo en el que viven. Este lujo que han venido a disfrutar el grupo de
extranjeros que sí que se atreven a sentarse en la terraza. Miran a Rilke.
Parece que se preguntan quién será ese señor que mira a las montañas.
“Vino a este hotel y estaba solo”. Varias casas decoradas a
modo de la Inglaterra victoriana componen el alojamiento. El invierno oscuro,
que contrasta con la mañana soleada de sábado. Carmen y Rilke, en el mismo
lugar, pero con 107 años de separación. Una acompañada y otro solo. Una con el
libro ya escrito y otro buscando inspiración. Una con una sonrisa y otro
pensando en quitarse la vida. Porque Rilke llega a la vera del precipicio estando
al límite. “Aunque Ronda le brinda la herramienta perfecta, también le da un
abismo exterior que se comparaba al que él tenía en su interior”.
El paradero del poeta no era nuestra ubicación. Era Toledo,
hogar de la mayor parte de la obra de El Greco, a quien admiraba. Pero el frío
de la península lo arrastró hacia el sur.
En ese momento suena el teléfono. “¿Puedo cogerlo un
momentillo?”. Ahora es ella la que pregunta. La protagonista se ausenta, habla
mirando a las montañas, se ríe. Vuelve con una sonrisa, se excusa.
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Como sevillana de nacimiento, ¿crees
que Rilke apreció la ciudad?
Rilke, dentro de su realidad como pretexto, buscaba algo que
no tenía que ver con Sevilla. Buscaba una soledad que le obligara a crear. Hay
un momento, en el que se separa de su mujer, que se dedica exclusivamente a
escribir. Es lo único que quiere hacer.
Cuando llega a Sevilla piensa que no tiene nada que
ofrecerle. “Nada le he pedido y nada me da”. Él no llevaba en su interior la
idea de encontrar la Sevilla que encuentra. Sevilla siempre es luz.
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Además, la encontró en fiestas
Las fiestas de la Inmaculada. Eso es bonito y solemne. Pero
creo que salieron los dos perdiendo, tanto Sevilla como él.
“De
Sevilla, a ser sincero, aparte del sol no me esperaba nada, y nada me dio, no
tenemos nada que reprocharnos”.
La capital andaluza es otro punto común entre Carmen y
Rilke. Ella llega para estudiar en la facultad de Filología. Él huyendo del
frío. De allí ambos se dirigen a Ronda. Ella de vuelta al hogar. Él por
consejo, para buscar un aire sanador.
Ambos encuentran allí pasiones artísticas. Rilke haya a
Zuloaga, de quien incluso planea escribir una biografía, que nunca llegó a
concluir. Carmen tropieza con Rainer María. La diferencia es que ella sí que
termina su obra.
Pero su libro lo empieza otra persona: Antonio Pau. Carmen
define las palabras que componen el prólogo como un regalo de la vida.
Cuando empezó a investigar sobre Rilke, leyó el libro de
Pau. Entre risas confiesa que empezó a fantasear con un prólogo escrito por él.
Se confiesa atrevida. “No me gusta tener en la cabeza el “y si lo hubiera
pedido…” no me gusta dejarme detrás “si yo hubiera…”
Le escribió una carta. Contándole que estaba escribiendo
sobre el poeta y que sería un honor que le hiciera un prólogo. Carmen para de
hablar. Se toma un momento para beber un trago de su refresco. Mira a la
terraza. Vuelve a centrarse en la conversación.
“Me contestó… ¡Yo flipé!”.
Las risas se intensifican. Aunque el prólogo está escrito e
impreso en todas las copias de Viaje al
sur: Rilke en Ronda, Carmen no se lo termina de creer.
“Al mes o así me mandó el prólogo. Tú lo has visto como es,
¿no? Es increíble”.
Pau cita en esas palabras a Julián Marías, que afirma
conocer y sentir un vínculo con un autor si se ahonda mucho en su obra. Carmen afirma con la cabeza. Ella misma
siente esa misma conexión con Rilke. Aunque el teléfono vuelve a sonar, esta
vez es ignorado. La conversación es demasiado interesante como para parar ahora,
aunque está rozando el final. “A todo lo que tú le dedicas tu tiempo, lo acabas
conociendo y queriendo. Forma parte de tu propio bagaje. Si Rilke te da la
oportunidad de conocer cosas de una manera distinta y a nueva gente, es magnífico”.
En un futuro, puede que salgan a la luz un Rilke en Córdoba o un Rilke en Sevilla porque Carmen no cesa
en su pasión por el poeta. Hasta entonces, lo que está claro es que el
hombrecillo con bigote hecho de metal, que mira hacia el abismo del Tajo,
estará encallado. Esperando a quien quiera ir a saludar esas manos corroídas
por el tiempo.
Escrito por Laura Caballero.
Escrito por Laura Caballero.
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